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americano, no podía dormirse sin leer en la cama el Imparcial del
Casino. Y no había de trasladar su lecho al gabinete de lectura. Se
llevaba el periódico. Aquellos cinco céntimos que ahorraba de
esta manera, le sabían a gloria. En cuanto al papel de cartas que
desaparecía también, y era más caro, se tomó la resolución de dar
un pliego, y gracias, al socio que lo pedía con mucha necesidad.
El conserje había adquirido un humor de alcaide de presidio en
este trato. Miraba a los socios que leían como a gente de
sospechosa probidad; les guardaba escasas consideraciones. No
siempre que se le llamaba acudía, y solía negarse a mudar las
plumas oxidadas.
Alrededor de la mesa cabían doce personas. Pocas veces había
tantos lectores, a no ser a la hora del correo. La mayor parte de
los socios amantes del saber no leían más que noticias.
El más digno de consideración, entre los abonados al gabinete
de lectura, era un caballero apoplético, que había llevado granos a
Inglaterra y se creía en la obligación de leer la prensa extranjera.
Llegaba a las nueve de la noche indefectiblemente, tomaba Le
Figaro, después The Times, que colocaba encima, se ponía las
gafas de oro y arrullado por cierto silbido tenue de los mecheros
del gas, se quedaba dulcemente dormido sobre el primer periódico
del mundo. Era un derecho que nadie le disputaba. Poco después
de morir este señor, de apoplejía, sobre The Times, se averiguó
que no sabía inglés. Otro lector asiduo era un joven opositor a
Fiscalías y registros que devoraba la Gaceta sin dejar una subasta.
Era un Alcubilla en un tomo: sabía de memoria cuanto se ha
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Leopoldo Alas, «Clarín»
hecho, deshecho, arreglado y vuelto a destrozar en nuestra
administración pública.
A su lado solía sentarse un caballero que tenía un vicio
secreto: escribir cartas a los periódicos de la corte con las noticias
más contradictorias. Firmaba «El Corresponsal» y siempre que un
papel de Madrid decía «Lo de Vestusta» era cosa de él. Al día
siguiente desmentía en otro periódico sus noticias y resultaba que
«Lo de Vetusta» no era nada. Así se había hecho un redomado
escéptico en materia de prensa. «¡Si sabría él cómo se hacían los
periódicos!» Cuando franceses y alemanes vinieron a las manos,
«El Corresponsal» dudaba de la guerra: era cosa de los bolsistas
acaso; no se convenció de que algo había hasta la rendición de
Metz.
El poeta Trifón Cármenes también acudía sin falta a la hora del
correo. Pasaba revista a varios periódicos con febril ansiedad y
desaparecía en seguida con un desengaño más en el alma. Era que
«no se lo habían publicado». Se trataba de alguna poesía o cuento
fantástico que había mandado a cualquier periódico y que no
acababa de salir. Cármenes, que en los certámenes de Vetusta se
llevaba todas las rosas naturales, no podía conseguir que sus
versos tuvieran cabida en las prensas madrileñas; y eso que
empleaba en las cartas con que recomendaba las composiciones,
la finura del mundo. La fórmula solía ser ésta: «Muy señor mío y
de mi más distinguida consideración: adjuntos le remito unos
versos para que, si los estima dignos de tan señalado honor, vean
la luz pública en las columnas de su acreditado periódico. Escritos
sin pretensiones..., etc., etc.» Pero, nada: no salían. Pedía,
después de un año, que se los devolvieran. Pero «no se devolvían
los originales». Aprovechaba el borrador y publicaba aquello en
El Lábaro, el periódico reaccionario de Vetusta.
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La Regenta
Otro lector constante era un vejete semi-idiota que jamás se
acostaba sin haber leído todos los fondos de la prensa que llegaba
al Casino. Deleitábale singularmente la prosa amazacotada de un
periódico que tenía fama de hábil y circunspecto. Los conceptos
estaban envueltos en tales eufemismos, pretericiones y
circunloquios, y tan se quebraban de sutiles, que el viejo se
quedaba siempre a buenas noches.
-¡Qué habilidad! -decía sin entender palabra.
Por lo mismo creía en la habilidad, porque si él la echara de
ver ya no la habría.
Una noche despertó a su esposa el lector de fondos diciendo:
-Oye, Paca, ¿sabes que no puedo dormir?... A ver si tú
entiendes esto que he leído hoy en el periódico. «No deja de dejar
de parecernos reprensible...» ¿Lo entiendes tú, Paca? ¿Es que les
parece reprensible o que no? Hasta que lo resuelva no puedo
dormir...
Estos y otros lectores asiduos se pasan los periódicos de mano
en mano, en silencio, devorando noticias que leen repetidas en
ocho o diez papeles. Así se alimentan aquellos espíritus que antes
de las once de la noche se van a dormir satisfechos, convencidos
de que el cajero de tal parte se ha escapado con los fondos. Lo
han leído en ocho o diez fuentes distintas. Todos estos caballeros [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ]

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