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olor de los cajones y los armarios era el olor del hogar, el perfume que usaba ella. El
mismo perfume que saturaba su armario en casa, en el apartamento del tío Denys.
Había una habitación que había pertenecido al primer Florian y otra para la primera
Catlin. Había uniformes en sus armarios, uniformes de un hombre y una mujer. Y tenían
los mismos números. Y ropas de fiesta de satén y gasa negra.
Había cosas en los cajones del escritorio, había armas y piezas electrónicas y alambre,
y cosas personales.
Eran mayores observó Catlin.
Sí dijo Ari y sintió un escalofrío en los huesos . Sí.
Y constantemente, los sonidos, los pequeños murmullos que hacían las habitaciones.
Vamos indicó ella y los sacó de la habitación de la primera Catlin.
Seguía diciéndose que el Cuidador reaccionaría ante un extraño.
Pero ¿y si había habido uno antes de que ellos llegaran?
¿Y si el Cuidador estaba dominado por alguien?
Los condujo al antiguo dormitorio de Ari, en el extremo de la casa. Se llevaron las
armas que habían encontrado, aunque Catlin decía que no debían fiarse de cargas tan
antiguas. Pero eran mejor que nada.
Quedaos conmigo dijo Ari y se sentó en la cama y palmeó el lugar que tenía a su
lado.
Así que se metieron vestidos bajo las sábanas porque la noche parecía fría y ella
estaba en medio de aquella enorme cama, la cama de Ari, Florian y Catlin, uno a cada
lado, se apretaron contra ella para sentir calor o para hacer que ella lo sintiera.
Ella tembló y Florian le pasó el brazo por el lado derecho y Catlin se acercó desde la
izquierda hasta que se tranquilizó.
No podía decirles cosas que ellos necesitaban saber, como quién era el Enemigo. Ella
ya no lo sabía. Había fantasmas imaginarios. Había leído los viejos libros. La asustaban
cosas que pensaba, que ni siquiera Florian y Catlin imaginaban y que era tonto nombrar.
Nadie había dormido en aquella cama desde la muerte de la primera Ari. Nadie había
usado sus cosas o aireado las sábanas.
Toda la habitación olía a perfume y a viejo.
Sabía que era tonto tener miedo. Sabía que los sonidos probablemente estaban
producidos por las tuberías que se calentaban y enfriaban y por los suelos de madera, tan
poco familiares. Y por los incontables sistemas del lugar.
Había leído a Poe. Y a Jerome. Y sabía que no había fantasmas en ese lugar. Todo
aquello pertenecía a la vieja Tierra, que creía que las noches estaban llenas de espíritus
con asuntos pendientes, ansiosos por atrapar a los vivos.
No tenían cabida en un lugar tan moderno, tan lejos de la vieja Tierra, que había visto
tantos, tantos muertos. Cyteen era nuevo y había solamente historias y tonterías.
Excepto en la oscuridad que rodeaba las habitaciones iluminadas, en los ruidos
inexplicables y el comienzo y el fin de las cosas que seguramente eran las ocupaciones
del Cuidador.
Ella quería preguntar a Florian y a Catlin si sentían algo parecido, con su forma azi de
ver las cosas; en un rincón de su mente se preguntaba con fría curiosidad, si los CIUD
sentían a los fantasmas porque había algo que lo permitía en los grupos mentales CIUD,
matices de valores, decía su instructor de psiquiatría. Pensamiento contradictorio.
Florian y Catlin podían hacer eso, pero era algo que estaban aprendiendo en los
últimos tiempos.
Lo cual significaba que si les hablaba de los fantasmas, podían sentirse muy alterados.
Catlin era tan literal, Catlin creía cuanto le decía ella, y si empezaba a hablar de que Ari
estaba muerta pero todavía estaba allí...
No. No era una buena idea.
Se subió las sábanas hasta el mentón y Florian y Catlin se apretaron contra ella, tibios,
dependientes y libres de una imaginación salvaje, y no importaba el hecho de que Catlin
tuviera un revólver bajo las sábanas, un revólver que debería haberla puesto más
nerviosa que los bultos que se veían en la noche.
Todo era muy irreal. El tío Denys le había dicho que no estaba hablando en serio,
ahora lo comprendía, le había dicho que esperaba que ella tuviera miedo y volviera.
No, Base Uno se había modificado. Seguía diciéndole que tenía catorce. Se quejaba de
que sus notas en los exámenes fueran bajas. Mierda, ella tenía doce, doce, todavía no
estaba lista para crecer.
Y aquí estaba, hecha un lío porque no sabía si confiar en Base Uno; o si todos estaban
tratando de transformar su vida y manejarla.
Haciéndola libre. Era una locura. La dejaban libre, y ella no tenía por qué escuchar a
Base Uno, podía ignorarla, no tenía que leer los datos, no tenía que saber lo que le había
pasado a Ari senior entre los siete y los catorce, y eso representaba siete años, mierda,
se suponía que tenía que saltarlos.
Quería ser una niña. Quería cuidar a la potranca, tener amigos y divertirse, y ser Ari
Emory, nada más, la Ari de nadie, no alguien que había muerto.
Y ellos, los Ellos que hacían cosas en Reseune, como el tío Denys y el tío Giraud y la
Ari muerta, la empujaban a codazos hacía este lugar frío y enorme, y le decían que viviera
sola sin mamá, sin tío Denys, sin Nelly, sin Seely, nadie para controlar si cometía algún
error.
Al principio le había parecido como un sueño; después, lo había vivido como una
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