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vida. Debes confiar en mí.
Me lo pensaré.
Esto no es una promesa.
No, no lo es. Dame tiempo para reflexionar.
De acuerdo.
117
Darby colgó el teléfono y pidió algo de comer. Oyó una docena de lenguas a su alrededor; de pronto se
llenó el café. Corre, niña, corre, le decía su sentido común. Coge un taxi al aeropuerto. Compra un billete al
contado a Miami. Súbete al primer avión hacia el sur. Deja que Grantham investigue y deséale suerte. Era muy
bueno y encontraría la forma de descubrir la verdad. Un buen día leería su artículo en una soleada playa,
mientras contemplaba a los windsurfers con una piña colada en la mano.
Tocón pasó cojeando por la acera. Darby le vio de reojo entre la muchedumbre a través de la ventana. De
pronto se sintió mareada y con la garganta seca. No miró hacia el interior del café. Se limitó a pasar, como si
anduviera sin rumbo fijo. Darby corrió entre las mesas y le observó desde la puerta. Llegó cojeando ligeramente
hasta la esquina de la Sexta Avenida y la calle Cincuenta y Ocho, y esperó a que cambiara el semáforo. Empezó
a cruzar la Sexta Avenida, pero entonces cambió de opinión y cruzó la calle Cincuenta y Ocho. Casi le atropelló
un taxi.
No iba a ningún lugar, sólo paseaba con su ligera renquera.
Croft le vio cuando se apeaba del ascensor en el vestíbulo. Le acompañaba otro joven abogado y, puesto
que no llevaban maletines, era evidente que iban a almorzar. Después de observar abogados durante cinco días,
Croft se había familiarizado con su conducta.
El edificio estaba en Pennsylvania, y Brim, Stearns & Kidlow ocupaba desde el piso tercero hasta el
undécimo. García salió del edificio con su compañero y se alejaron por la acera riéndose. Algo tenía mucha
gracia. Croft se mantuvo lo más cerca posible de ellos. Después de caminar y reírse a lo largo de cinco
manzanas, entraron previsiblemente en un elegante bar de jóvenes ejecutivos para comer un bocado rápido.
Croft tuvo que llamar tres veces para localizar a Grantham. Eran casi las dos, estaban terminando de comer,
y si Grantham quería atrapar a ese individuo no debía alejarse del teléfono. Gray colgó. Se reunirían en el
edificio.
García y su amigo caminaron un poco más despacio a su regreso. Hacía un tiempo maravilloso, era viernes,
y disfrutaban de aquel breve descanso de sus rutinarias litigaciones, si eso era lo que hacían por doscientos
dólares por hora. Croft se ocultaba tras sus gafas oscuras, a una distancia prudencial.
Gray estaba sentado en el vestíbulo, cerca de los ascensores. Croft les pisaba los talones, cuando entraron
por la puerta giratoria,.y señaló rápidamente a su hombre. Gray captó la señal y pulsó el botón del ascensor.
Cuando se abrió la puerta, entró delante de García y de su amigo. Croft se quedó en el vestíbulo.
García pulsó el botón del sexto piso, un momento antes de que también lo hiciera Gray, que empezó a leer
el periódico mientras escuchaba a los abogados que hablaban de fútbol. Aquel joven no tenía más de veintisiete
o veintiocho años. Puede que su voz le resultara vagamente familiar, pero sólo la había oído por teléfono y no
tenía ningún rasgo particular. Su rostro estaba muy cerca, pero no podía examinarlo. La ley de probabilidades le
aconsejaba lanzarse. Era muy parecido al individuo de la fotografía y trabajaba para Brim, Stearns & Kidlow,
uno de cuyos numerosos clientes era el señor Mattiece. Lo intentaría, pero con cautela. Era periodista. Su trabajo
consistía en formular preguntas.
Salieron del ascensor sin dejar de charlar sobre los Redskins y Gray les siguió, leyendo tranquilamente su
periódico.
El vestíbulo de la empresa era lujoso y opulento, con candelabros y alfombras orientales, y unas gruesas
letras doradas en una pared con el nombre de la empresa. Los abogados se detuvieron en la recepción y
recogieron sus mensajes telefónicos. Gray se acercó a la recepcionista, que le miró cautelosamente.
¿En qué puedo servirle? preguntó, en un tono que sugería: «¿qué diablos quieres?»
Estoy en una reunión con Roger Martin respondió Gray, perfectamente al quite.
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